La Patagonia es una región geográfica, histórica, cultural, pero sobre todo mental. Y si bien entre el lado argentino y chileno existe la cordillera como “dificultad”, digamos, como barrera, igualmente hay pasos, corredores y boquetes que permiten la comunicación, el transporte, el intercambio de mercancías, los movimientos de gente y en definitiva, de cultura. Con todo, se va construyendo identidad y sentido de pertenencia.
Pese a que Patagonia es una región, no tiene límites claros. En el lado chileno, algunos mencionan a Puerto Montt, Valdivia, Temuco o incluso Concepción. Lo que si importa es que, desde una mirada sistémica, Patagonia debiera tener una entrada. Debiera poseer un portal a través de la cual “el otro”, el extranjero, se introduzca o a partir del cual los propios “patagones” salgan de ella. Debe existir un dispositivo geográfico o como se dice ahora “georeferencial” o inclusive mental, que usando o centralizando los pasos, corredores y boquetes, indique incluso ritualmente, que se está dentro o fuera de la Patagonia. Entonces, esta “puerta de entrada” debemos construirla. Y esta es una construcción cultural.
Una ciudad se acomoda bastante a la noción de “puerta de entrada”. Y muchas ya comienzan a adjudicarse tal rótulo. Pero aun cuando todas ostentan méritos, pareciera que el objetivo es el turismo y en estricto rigor, el interés, lo comercial, lo mercantil. Eso es muy bueno. Pero no suficiente.
Bariloche sería la puerta de entrada a la Patagonia argentina. Puerto Montt, Puerto Varas o Valdivia, son igualmente mencionadas en el caso de la Patagonia chilena. No obstante, el caso de la ciudad de Osorno presenta un par de argumentos muy interesantes de tener en cuenta.
El emplazamiento geográfico de Osorno la sitúan en medio de todo. Esta “ubicación media” y su conectividad, permite a las personas que aquí se instalan, moverse en todas direcciones. Si me apuran un poco, podría señalar de manera figurativa, que desde Osorno se puede ver en todas direcciones como un gran aleph urbano y humano, borgiasticamente hablando (ver de Jorge Luis Borges, El Aleph). Y por si este argumento resultara demasiado especulativo, hay igualmente argumentos históricos en este mismo sentido.
El Dr. Mario Pino Quivira, líder de una investigación multidisciplinaria, pero principalmente paleontológica, excava en un rincón de Osorno llamado Pilauco que, de paso, ni los osorninos en general, ni profesores o estudiantes de historia se han dignado conocer. La suma de los hallazgos del Profesor Pino, que antes igualmente trabajó en el sitio de Monte Verde, está provocando, digamos, un verdadero Tsunami en la comunidad científica mundial, particularmente en cuanto a la “teoría del poblamiento americano”. Hablamos de artefactos y restos fechados en más de 13.000 años de antigüedad. En lo específico, el equipo del Dr. Pino comenzó a trabajar el sitio de Pilauco, debido a que en una construcción de la empresa Fourcade en Pilauco se encontraron restos óseos, que en principio fueron identificados como de mamut, pero que luego el propio equipo del Dr. Pino determinó se trataba de un gonfoterio, igualmente antepasado del elefante. El desarrollo de la investigación, también ha encontrado vestigios de antepasados de guanaco, caballo, posiblemente restos de un oso, chingue, aves y vegetales. Mención aparte merece la sospecha acerca de una pisada humana rescatada del fango y restos de piedras trabajadas como herramientas.
Todas estas evidencias son propias de la Patagonia. Tal cual. Pero hay algo más relevante. El portal, el canal de comunicación preferentemente fue el paso de “Vuriloche”, que integra al lago Llanquihue, cajón del rio Petrohué, lago Todos los Santos, Lago Nahuel Huapi. Un verdadero pasadizo. También un verdadero portal que permitió migraciones en ambos sentidos. Y en la muy larga duración, más de 13.000 años, ha permitido, como dice el Dr. Pino, la constitución de características propiamente patagónicas.
