Un día común...

René Muñoz Mayorga

Programa de Estudios Sociales


Una buena mañana al son de las bandurrias, Pedro Pérez Paredes apagaba la alarma del teléfono que aleteaba como gallina al matadero, posado en un mantelito blanco sujeto a un velador. Con un ánimo despampanantemente cándido y con los ojos entreabiertos, casi ultrajados por los rayos del sol; Pedro Pérez Paredes avanzaba sonámbulo, temeroso y fatigado hacia la regadera, cuya semejanza sólo se comparaba al patíbulo carcelario; ahí, frente al fusil cromado, de pronto escucha una voz: ¡Pedro, se te hace tarde, son las 6.30 am. y tienes que irte a trabajar!


Desolado, con tres mangos en el bolsillo, la camisa entre abierta y frente al espejo, se cepilla los dientes y avanza tres pasos hacia la derecha. Abre una puerta, lo espera una taza de café en la meza, un pan tipo marraqueta, y a falta de manjares, buenas son las uvas que vuelan por la imaginación.


Ya son las 6.50. am., Pedro se va a trabajar. Toma el autobús de la empresa que pasa por la esquina a tres cuadras de su casa. El autobús, un beneficio de "los patrones", una nave casi espacial de dos ejes rodantes cubiertos de goma, sonora y distante, llena de luces psicodélicas y perfumadas con kerosene. ¡Welcome to the Factory! Reza un letrero en el portal. Se bajan los obreros, se acomoda la nave, el conductor se duerme en el volante y, Pedro con 45 más, se lavan las manos y comienzan el "round" en el cuadrangular.


Ya son las 17.30 pm., han pasado ocho horas desde que comenzó la jornada. Se acerca un tipo disfrazado de gentil y burgués, con una voz grave, tan grave como el tiempo cronológico que no es capaz de perdonar, toma el micrófono y recita: "Por encargo de don Willy William Williamson gerente general, hoy trabajaremos cuatro horas más, la empresa agradece su comprensión".


Termina la jornada, Pedro se lava las manos nuevamente, camina hacia una cajonera rotulada con su nombre, toma una llave, abre la pequeña puerta, saca su bolso y se sube nuevamente a la nave casi espacial, nadie toma la voz. Se baja casi de noche, ahora a cuatro cuadras de su casa, se acerca un atorrante y le dice: "Oiga amigo, tiene tres gambitas que me preste". Pedro ya cansado, con hambre y fatiga, necesitado de urgencia de un "W.C." le responde: "En primer lugar yo no soy tu amigo, en segundo lugar, las gambas son crustáceos marinos, y en tercer lugar, no me las pidas prestadas si jamás nunca me las devolverás; garrapatiento, sarrapastroso, escoria humana, inmundo animal". El atorrante, al ver manchada su honra, coge dos "toscas" de la calle y cautelosamente sigue a Pedro hasta su hogar. Pedro, no se da cuenta de la persecución un tanto policial; mientras tanto, su mujer lo espera con tres cartas en la meza, cada una recordándole las cuentas que tiene que pagar. De pronto un ruido estremece los ventanales, son las dos "toscas" que ahora yacen en el suelo, con el ruido, un muchacho envuelto en sabanas, sale arrancando del dormitorio de su hija; Pedro se sienta, se toma la cabeza y proclama una arenga tipo militar: ¡Me voy a la mierda, mierda, allá voy!.


Nuevamente al día siguiente, Pedro Pérez Paredes se levanta al son de las bandurrias y se va a trabajar.

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